Es normal que con el frío nos convirtamos en “Rodolfo el reno" por un lapso indeterminado de tiempo. La nariz se pone roja y con ello surgen las preguntas de por qué sucede esto.

Los seres humanos no somos seres invernales por naturaleza. No tenemos las capacidades de soportar el frío de la misma manera que lo hacen los osos o los perros siberianos, por ello difícilmente podemos soportar las duras condiciones invernales que si pueden aguantar otros animales.

Por ello es que acudimos a mecanismos artificiales para combatir el frío: ropa de abrigo, calefacción y miles de mantas se vuelven nuestras aliadas en el invierno. Pero no solo son los dispositivos externos los que nos ayudan, si no también es nuestro cuerpo el que lleva a cabo distintas estrategias para mitigar las sensaciones de frío.

Las estrategias de nuestro cuerpo para conservar el calor: escalofríos y piel roja

Para que la temperatura de nuestro propio cuerpo no escape al exterior y esta descienda drásticamente, nuestro organismo activa con la bajada de la misma un mecanismo de defensa, en pos de mantener el calor en nuestro cuerpo y así este pueda continuar con sus funciones vitales sin más problemas.

Uno de los mecanismos más conocidos que nuestro cuerpo pone en funcionamiento para controlar esa temperatura es el tiritar. Una acción que provoca que los músculos realicen trabajo y generen el calor que necesitan para compensar una posible bajada de la temperatura en nuestro cuerpo.

Otra de las formas de conservar el calor se refleja en nuestra piel. Cuando las temperaturas son muy frías, el organismo manifiesta sus mecanismos en este órgano, volviendo algunas partes de nuestra piel más pálidas y otras más enrojecidas, lo que está relacionado directamente con la redistribución de la sangre, una manera de mantener el calor.

El abrigo nos ayuda a mitigar el frío.

La ciencia detrás del enrojecimiento y la palidez invernal

Nuestro cuerpo produce la constricción de los vasos sanguíneos de la piel, los capilares, lo que provoca que se disminuya el paso de de sangre, evitando así la pérdida de calor corporal. Al reducirse el riego sanguíneo, las células reciben menos oxígeno y nutrientes haciendo que la piel se palidezca, se vuelva más frágil o incluso llegue a resecarse y agrietarse.

El enrojecimiento en cambio suele aparecer cuando pasamos de un lugar frío al calor de algún lugar en el interior. Esto ocurre porque con el calor los capilares vuelven a dilatarse aumentando de nuevo el flujo sanguíneo.

La piel activa sus mecanismos de defensa para protegernos del frío.

El hecho de que ese enrojecimiento se produzca en algunas zonas determinadas de la cara como las mejillas o en las orejas, se debe a que en estas partes del cuerpo se encuentran una mayor cantidad de vasos sanguíneos, por lo que hace que estas regiones se destaquen más que las demás. En ellas  existe una mayor irrigación de sangre después de haber pasado por el efecto contrario del frío.